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Roger
Chartier hace un repaso de los cambios vividos por la historia en la
década de 1980, cuando muchos teóricos e historiadores se condolían por
la presunta crisis general que afectaba a la historia. El terremoto que
ellos vislumbraban era algo mayúsculo. En todos los ámbitos
disciplinarios se hablaba de giros radicales -lingüístico, crítico,
hermenéutico, etc.- que parecían presagios de una refiguración más
amplia de las humanidades.
No hubo tal terremoto. Luego del sacudón
provocado por la inteligencia crítica de los deconstructores, los viejos
límites disciplinares volvieron a asentarse, sino en las mismas
posiciones de siempre, en unas bastante próximas a ellas. las cosas,
pues, siguieron más o menos como estaban. Pero hubo cambios de nota, al
lado de las continuidades. Uno de los legados interesantes de esta etapa
de discusión teórica fue una autocomprensión más aguda acerca de la
naturaleza del trabajo histórico: la discusión de las complicaciones a
que da lugar el aspecto literario y artístico de la historia permitió
que nos hiciéramos contestes de aspectos de nuestro trabajo que antes,
cuando mirábamos a la historia como un caso de ciencia aplicada, se nos
pasaban de largo. Este breve ensayo de estatuto epistémico de los
relatos históricos expone con habilidad algunos de los aprendizajes
alcanzados sobre la cuestión
"Temps d´incertitude", "epistemological crisis",
"tournant critique", tales son los diagnósticos, en general sombríos,
postulados en estos años respecto de la disciplina histórica. Para
probarlo es suficiente recordar dos constataciones que han terminando
abriendo la vía de una amplia reflexión. La primera, aquella que fue
formulada en el editorial de marzo/abril de 1988 de la revista Annales ,
en donde se afirmaba lo siguiente: "Hoy en día parece llegado el tiempo
de la incertidumbre. La reorganización de las ciencias sociales
transforma el paisaje científico, pone en duda antiguas prioridades
establecidas y afecta las formas tradicionales a través de las cuales
circulaban las innovaciones. Los paradigmas dominantes, buscados hasta
hace poco en el marxismo y en el estructuralismo, al igual que en los
usos confiados de la cuantificación, pierden sus capacidades
explicativas. [...] La disciplina histórica, que había establecido buena
parte de su dinamismo sobre la base de cierta independencia y
autonomía, no ha podido ahorrarse esta crisis general de las ciencias
sociales *1
La segunda constatación, completamente diferente en
sus razones pero semejante en sus conclusiones, es aquella postulada
por David Harlan, en un artículo de la American Historical Review, que
ha suscitado una discusión aun más enconada: "The return of literature
has plunged historical studies into an extended epistemological crisis.
It has questioned our belief in a fixed and determinable past,
compromised the possibility of historical representation, and undermined
our ability to locate ourselves in time *2
¿Qué indican tales diagnósticos que parecen tener
algo de paradojal, pues son propuestos en el momento mismo en que el la
edición de textos de historia demuestra una gran vitalidad y una
sostenida capacidad inventiva, lo que se traduce en la continuación de
las grandes obras colectivas de ayer, en el lanzamiento de colecciones
de libros de historia que circulan a nivel europeo, en el crecimiento de
las traducciones y en el eco intelectual que encuentran las grandes
obras de la disciplina? Me parece que los citados diagnósticos designan
una gran mutación que consiste en la desaparición de los modelos de
comprehensión y de los principios de inteligibilidad que habían sido
comunmente aceptados por los historiadores (al menos por la mayor parte
de ellos) desde los años sesenta.
Disciplina en pleno ascenso en los años sesenta, la
historia reposaba en ese momento sobre dos grandes exigencias. En
primer lugar la aplicación al estudio de las sociedades antiguas y
contemporáneas del paradigma estructuralista, ya fuera abiertamente
reivindicado o implícitamente practicado. Se trataba ante todo de
identificar las estructuras y las relaciones que, independientemente de
las percepciones y de las intenciones de los individuos, dirigían los
mecanismos económicos, organizaban las relaciones sociales y engendraban
las formas del discurso. De ahí la afirmación de una separación radical
entre el objeto del conocimiento histórico y la consciencia subjetiva
de los actores.
En segundo lugar, segunda exigencia, se trataba de
someter la disciplina histórica a los procedimientos del número y la
serie, o para mejor decirlo, inscribirla en un paradigma del saber que
Carlo Ginzburg en un célebre artículo *3 ha designado
como "galileano". Se trataba, gracias a la cuantificación de los
fenómenos, a la construcción de series y al tratamiento estadístico, de
formular rigurosamente las relaciones estructurales que eran el objeto
mismo de la disciplina. Cambiando de lugar la fórmula de Galileo en Il
Saggiatore, el historiador suponía que el mundo social "estaba escrito
en lenguaje matemático" y que su labor era la de poder establecer con
claridad las leyes correspondientes.
Los efectos de esta doble revolución
-estructuralista y "galileana"- del conocimiento histórico no han dejado
de ser notables. Gracias a tal mutación la disciplina ha podido volver a
conectarse con la ambición que había fundado a principios de siglo la
ciencia social, en particular en su versión sociológica y durkheimiana,
es decir tratar de identificar las estructuras y regularidades, para
formular relaciones generales. Al mismo tiempo la disciplina histórica
se liberaba de una "bien pobre idea de lo real" -la expresión es de
Michel Foucault- que durante largo tiempo la había dominado, puesto que
anteriormente ella asumía que los sistemas de relaciones que organizan
el mundo social son tan "reales" como los datos materiales, físicos y
corporales, cogidos en la inmediatez de la experiencia sensible.
Liberada de cierto pasado, esta "Nueva Historia" estaba pues fuertemente
inspirada, más allá de la diversidad de sus objetos, de los territorios
y de las maneras que le son propias, sobre los mismos principios que
soportaban las ambiciones y las conquistas de las demás ciencias
sociales.
Las certidumbres rotas
Son esas certidumbres amplia y largamente
compartidas las que han perdido su firmeza, y esto por múltiples
razones. En primer lugar, sensibles a los nuevos enfoques sociológicos y
antropológicos, los historiadores han querido restaurar el papel de los
individuos en la construcción de los lazos sociales. A partir de ese
hecho se producen entonces algunos desplazamientos fundamentales: de las
estructuras a las redes, de los sistemas de posiciones a las
situaciones vividas, de las normas colectivas a las estrategias
singulares. Primero en Italia y luego en España *4, la
"micro-historia" ha dado los ejemplos más notables de esta
transformación en las formas de hacer historiográficas, formas que ahora
parecen inspirarse en los modelos interaccionistas y etnometodológicos.
Radicalmente diferenciada de la monografía tradicional, cada
"microstoria" entiende reconstruir, a partir de una situación
particular, normal en tanto que excepcional, la manera a través de la
cual los individuos producen el mundo social, por sus alianzas y sus
enfrentamientos, a través de las dependencias que los vinculan o de los
conflictos que los oponen. El objeto de la disciplina histórica no es
pues, o ya no lo debe ser, aquel de las estructuras y los mecanismos que
organizan, por fuera de toda intervención subjetiva, las relaciones
sociales, sino más bien aquel de las racionalidades y las estrategias
que ponen en marcha las comunidades, las parentelas, las familias, los
individuos.
De esta manera se ha afirmado una forma inédita de
historia social y cultural, centrada ahora sobre las distancias y las
discordancias existentes, de una parte entre los sistemas de normas de
la sociedad, y, de otra parte, dentro de cada uno de tales sistemas. La
mirada se ha transladado pues de las reglas impuestas a los usos
creativos; de las conductas obligadas a las decisiones permitidas por
los recursos propios de cada uno: su poder social, su potencial
económico, su acceso a la información. Habituada antes a dibujar
jerarquías y a reconstruir colectivos (categorías socioprofesionales,
clases, grupos) la historia de la sociedad se propone ahora interrogar
nuevos objetos, estudiarlos en pequeña escala, como en el caso de la
biografía, puesto que, como lo ha escrito Giovanni Levi, "Ningún sistema
normativo es, de hecho, lo suficientemente estructurado para eliminar
toda posibilidad de elección, de manipulación o de interpretación de las
reglas, de negociación. Me parece que la biografía constituye pues, a
justo título, el lugar ideal para verificar el carácter intersticial -y
sin embargo central- de la libertad de la cual disponen los agentes, así
como para observar el funcionamiento concreto de los sistemas
normativos que jamás están exentos de contradicciones" *5.
De la misma manera en el caso de la reconstrucción
de procesos dinámicos (negociaciones, transacciones, intercambios,
conflictos) que dibujan de manera móvil e inestable las relaciones
sociales, al mismo tiempo que recortan los espacios abiertos a las
estrategias individuales. Jaime Contreras lo ha expresado con exactitud
en un libro reciente titulado Sotos contra Riquelmes : "Los grupos no
anulaban a los individuos, y la objetividad de la fuerza de aquellos no
impedía ejercer una trayectoría personal. Las familias [...] desplegaron
sus estrategias para ampliar sus esferas de solidaridad y de
influencia, pero cada uno de sus miembros individualmente también
jugaron su papel. Si el llamado de la sangre y el peso de los linajes
eran intensos, también lo eran el deseo y las posibilidades de crear
espacios personales. En aquel drama que creó el fantasma de la herejía
-una 'creación' personal de un inquisidor ambicioso- se jugaron, en dura
disputa, intereses colectivos y aun concepciones diferentes del mundo,
pero también cada individuo pudo reaccionar personalmente a partir de la
trama de su propia historia" *6.
Una segunda razón más profunda ha quebrado las
viejas certezas: la toma de conciencia por parte de los historiadores de
que su discurso, cualquiera que sea su forma, es siempre un relato. Las
reflexiones pioneras de Michel de Certeau *7, a continuación el gran libro de Paul Ricoeur *8
y más recientemente la aplicación al campo de trabajo del historiador
de una "poética del saber" que tiene por objeto, según la definición de
Jacques Ranciere, "el conjunto de los procedimientos literarios por los
cuales un discurso se sustrae a la literatura, se da un status de
ciencia y lo significa" *9, han obligado a los
historiadores, quiéranlo o no, a reconocer la pertenencia del
conocimiento histórico al género del relato -entendido este en sentido
aristotélico, "como puesta en escena de las acciones representadas" *10.
La nueva proposición no dejaba de tener
consecuencias importantes para todos aquellos que, rechazando la vieja
historia limitada al análisis del acontecimiento y colocándose al lado
de una historia estructural y cuantitativa, pensaban haber terminado con
el problema de la narración, y con la muy larga y dudosa vecindad entre
el relato construido por los historiadores y la fábula, formas entre
las que se suponía que se había producido una ruptura ya bien
establecida, pues al lugar ocupado antes por los personajes y los héroes
de los antiguos relatos la "Nueva Historia" había sustituido entidades
anónimas y abstractas, como al tiempo espontáneo de la consciencia se
había opuesto una temporalidad construida, jerarquizada, articulada, y
al carácter pretendidamente auto-explicativo de la narración se había
enfrentado la capacidad explicativa de un conocimiento controlable y
verificable.
En Temps et récit , Paul Ricoeur ha mostrado cuanto
de ilusorio había en esta ruptura proclamada. En efecto, toda obra de
historia, incluso la menos narrativa, y aun la más estructural, está
siempre construida a partir de las fórmulas que gobiernan la producción
de relatos. Las entidades que manejan los historiadores (sociedades,
clases, mentalidades) son en realidad "cuasi-personajes", dotados
implícitamente de propiedades, que resultan ser aquellas de los héroes
singulares y de los personajes ordinarios que componen las
colectividades que los historiadores designan con categorías abstractas.
Pero además, las temporalidades históricas mantienen una fuerte
dependencia por relación con el tiempo subjetivo. En páginas brillantes
Ricoeur ha mostrado cómo La Méditerranee au temps de Philippe II de
Braudel reposa, en el fondo, sobre una analogía entre el tiempo del mar y
el tiempo del rey, y cómo la larga duración es una modalidad
particular, derivada, de la puesta en acto del acontecimiento. Lo que
quiere decir, en resumen, que los procedimientos explicativos puestos en
marcha por el historiador permanecen fuertemente solidarios de una
lógica de imputación causal singular, es decir, de un conocido modelo de
comprehensión que, en lo cotidiano o en la ficción, permite dar cuenta
de las decisiones y de las acciones de los individuos.
Un análisis de esta naturaleza, que inscribe lo que
fabrica la investigación histórica dentro de la categoría de los
relatos y que identifica los parentescos fundamentales que unen todos
los relatos, ya pertenezcan estos al género histórico o a la ficción,
tiene múltiples consecuencias. La primera es aquella que permite
considerar como un problema mal planteado el debate realizado alrededor
de un supuesto "retorno del relato" que, para algunos, habría
caracterizado la investigación histórica en años recientes. ¿Cómo, en
efecto, podría haber un "retorno" cuando no ha existido partida ni
abandono? La mutación existe, es verdad, pero es de otro orden, y tiene
que ver con la preferencia recientemente acordada a ciertas formas de
relato frente a otras consideradas más clásicas. Por ejemplo, los
relatos biográficos entrecruzados que postula la microhistoria no ponen
en acción ni las mismas figuras ni las mismas construcciones que los
grandes "relatos" estructurales de la historia global, o que los relatos
estadísticos de la historia serial.
De ahí se desprende una segunda proposición: la
necesidad de retener las propiedades específicas del relato histórico
por relación con cualquiera otra clase de relatos. Tales propiedades
apuntan, en principio, a la organización de un discurso que incluye
(como lo escribe Michel de Certeau) dentro de él mismo, bajo la forma de
citaciones que son otros tantos efectos de realidad, los materiales que
lo fundan, pero de los cuales al mismo tiempo se espera producir su
comprehensión. Apuntan también tales propiedades a los "procedimientos
de acreditación" específicos gracias a los cuales la obra de historia
muestra y garantiza su status de conocimiento verdadero. De esta manera,
todo un conjunto de trabajos se ha aplicado a examinar las formas a
través de las cuales se produce el propio discurso de la historia.
Algunos de tales trabajos han buscado establecer taxinomias y tipologías
universales, mientras que otros han intentado reconocer diferencias
localizadas e individuales.
Dentro del primer grupo de intentos que mencionamos
se puede colocar la tentativa de Hayden White, que intenta identificar
las figuras retóricas que organizan todos los modos posibles de
narración -es decir los cuatro tropos clásicos: la metáfora, la
metonimia, el sinécqoue y -con un status particular, "metatropológico"-
la ironía *11. Se trata de una búsqueda de "constantes"
-constantes antroplógicas (aquellas que gobiernan la experiencia) y
constantes formales (aquellas que gobiernan algunos modos de
representación y de narración de las experiencias históricas)-, lo que a
su vez ha conducido a Reinhart Koselleck a distinguir tres tipos de
escritura histórica: la historia notación (Aufschreiben), la historia
acumulativa (Fortschreiben) y la historia reescritura (Umschreiben) *12.
Dentro del segundo grupo, aquel de una poética del
saber sensible a las distancias y a las diferencias, a las
localizaciones particulares, se puede colocar aquellos trabajos que,
como el libro reciente de Philippe Carrard: Poetics Of the New History *13,
muestran cómo diferentes historiadores, miembros de una misma "escuela"
o de un mismo grupo, movilizan de manera diferente las figuras de la
enunciación, la proyección o la desaparición del yo en el discurso del
saber, el sistema de los tiempos verbales, la personificación de las
entidades abstractas, las modalidades de la prueba: citaciones, tablas,
gráficos, series cuantitativas, etc.
Desafíos contrapuestos
Sacudida de esta manera de sus certidumbres al
parecer mejor establecidas, la disciplina histórica se ha viso
confrontada a múltiples desafíos. El primero, lanzado bajo formas
diferentes -incluso contradictorias- de los dos lados del Atlántico,
pretende romper con toda ligazón entre la historia y las ciencias
sociales. En los Estados Unidos el asalto ha tomado la forma del
"linguistic turn" que, en estricta ortodoxia saussuriana, toma el
lenguaje como un sistema cerrado de signos, cuyas relaciones producn
ellas mismas la significación. La construcción del sentido es así
separada de toda intención o de todo control subjetivos, puesto que ella
se encuentra determinada por un funcionamiento linguístico automático e
impersonal. De esta manera la realidad ya no está para ser pensada como
una referencia objetiva, exterior al discurso, sino como constituida
por y en el lenguaje. John Toews ha claramente caracterizado, sin
compartirla, esta posición radical para la cual "the language is
conceived of a self-contained system of ´signs´ whose meanings are
determined by their relations to each other, rather than by their
relation to some ´transcendental´ or extralinguistic object or subject" *14,
-una posición que considera que "the creation of meaning is impersonal
operating ´behind the backs´of language users whose linguistic actions
can merely exemplify the rules and procedures of languages they inhabit
but do not control" *15.
Es fácil pensar entonces que las más simples y
habituales operaciones del trabajo historiográfico pierden su objeto,
comenzando por las distinciones fundadoras entre texto y contexto, entre
realidades sociales y realidades simbólicas, entre discursos y
prácticas no discursivas. De donde se desprende, por ejemplo, el doble
postulado de Keith Baker, quien aplica el "linguistic turn" al problema
de los orígenes de la Revolución francesa: de un lado, los intereses
sociales no tienen ninguna exterioridad por relación con los discursos,
puesto que ellos constituyen "a symbolic and political construction" y
no "a preexisting reality"; y de otro lado, todas las prácticas deben
ser comprendidas en el orden del discurso, pues "claims to delimit the
field of discourse in relation to nondiscursive social realities that
lie beyond it invariably point to a domain of action that is itself
discursively constituted, they distinguish, in effect, between different
discursive practices -different language games- rather than between
discursive and non discursive phenomena" *16.
Del lado francés, el desafío, tal como se le ha
visto cristalizar en torno a los debates comprometidos alrededor de la
Revolución francesa, ha tomado un camino inverso. Lejos de postular el
carácter autónomo de la producción de sentido, más allá o más acá de las
voluntades individuales, el acento ha sido puesto sobre la libertad del
sujeto, sobre la parte reflexionada de la acción, sobre las
construcciones conceptuales. De golpe, se ven cuestionados los
procedimientos clásicos de la historia social, que apuntaban a
identificar las determinaciones "no sabidas" que comandaban los
pensamientos y las conductas; de golpe, se encuentra afirmada la
primacía de lo político, entendido como el nivel más englobante y
revelador de cualquier sociedad. Ese es el lazo, la ligazón, que Marcel
Gauchet ha colocado en el centro del reciente cambio de paradigma que el
cree observar en las ciencias sociales: "Eso que parece dibujarse en la
problematización de la originalidad occidental moderna, es el trazado
de una historia total, según dos ejes: por acceso, a través de lo
político, a una nueva clave para la comprensión de la totalidad; y por
absorción, en función de la nueva apertura mencionada, de la parte
reflexionada de la acción humana, de las filosofías más elaboradas a los
sistemas de representación más difusos" *17.
Los historiadores (y yo soy uno de ellos) para
quienes permanece como esencial la pertenencia de la historia a las
ciencias sociales, han intentado responder a esta doble y a veces ruda
interpelación. Contra las formulaciones del "linguistic turn" o del
"semiotic challenge" -según la expresión de Gabrielle Spiegel *18-,
los historiadores mantienen la idea de la ilegitimidad de toda
reducción de las prácticas constitutivas del mundo social a los
principios que organizan el discurso. Reconocer que el pasado por lo
general no es accesible más que a través de los textos que lo organizan,
lo modelan y lo representan, no quiere decir de ninguna manera postular
la identidad entre estas dos lógicas: de un lado la lógica logocéntrica
y hermenéutica que gobierna la producción de los discursos; de otro
lado la lógica práctica que organiza las conductas y las acciones: De
esta irreductibilidad de la experiencia al discurso todo trabajo
histórico debe tomar nota, guardándose de un uso incontrolado de la
noción de "texto", noción aplicada regularmente de manera indebida a las
prácticas (ordinarias o ritualizadas), cuyos procedimientos no son en
absoluto semejantes a las estrategias discursivas. Mantener esta
distinción es la única forma eficaz de evitar el "presentar como
principio de la práctica de los agentes la teoría que se debe construir
para dar razón de ella", para citar la fórmula de Pierre Bourdieu *19.
Se debe también constatar, de otra parte, que la
construcción de los intereses por los discursos es ella también una
práctica socialmente determinada, delimitada por los recursos
desigualmente distribuidos (de lenguaje, conceptuales, materiales) de
que disponen aquellos que participan en tal construcción. Esa
construcción discursiva reenvía pues, necesariamente, a las posiciones y
propiedades sociales objetivas, exteriores al discurso, que
caracterizan a los diversos grupos, comunidades o clases que constituyen
el mundo social.
En consecuencia, el objeto fundamental de una
historia que intente comprender la manera a través de la cual los
actores sociales dan sentido a sus prácticas y a sus discursos, me
parece residir, de una parte, en la tensión entre las capacidades
inventivas de los individuos o de las comunidades, y, de otra parte, las
presiones, las normas, las convenciones que limitan -de manera más o
menos fuerte según las posiciones en las relaciones de dominación-
aquello que es posible pensar, enunciar y hacer. Este presupuesto vale
para una historia de las grandes obras y las producciones estéticas,
siempre inscritas en el campo de los posibles que las vuelves pensables,
comunicables y comprensibles, -y en esto no se puede estar más que de
acuerdo con Stephen Greenblatt cuando afirma que "the work of arts is
the product of a negotiation between a creator or a class of creators,
and the institutions and practices of society" *20.
Pero la afirmación vale también para una historia de las prácticas, que
son también invenciones de sentido delimitadas por múltiples
determinaciones que definen, para cada comunidad, los comportamientos
legítimos y las normas incorporadas.
Contra el "retorno de lo político", pensado en una
radical autonomía, parece necesario colocar en el centro del trabajo de
los historiadores las relaciones complejas y variables anudadas entre
los modos de organización y de ejercicio del poder político en una
sociedad dada, y las configuraciones sociales que vuelven posibles esas
formas políticas y son engendradas por ellas. Es así como la
construcción del Estado absolutista supuso una fuerte y previa
diferenciación de las funciones sociales, al mismo tiempo que exigió la
perpetuación (gracias a diversos dispositivos de los cuales el más
importante fue la sociedad de corte) del equilibrio de las tensions
existentes entre los gruspos sociales dominantes y quienes desafiaban su
dominación.
Contra el retorno a la filosofía del sujeto que
acompaña o funda el retorno de lo político, la historia, entendida como
ciencia social, afirma que los individuos se encuentran siempre ligados
por lazos de dependencia recíprocos, percibidos o invisibles, que
modelan y estructuran su personalidad, y que definen, en modalidades
sucesivas, las formas de la afectividad y de la racionalidad. Se
comprende así la importancia acordada hoy por muchísimos historiadores a
una obra por largo tiempo ignorada, la obra de Norbert Elias, cuyo
proyecto fundamental es justamente el de asociar, en la larga duración,
la construcción del Estado moderno, las modalidades de interdependencia
social y las figuras de la economía psíquica *21.
El trabajo de Elias permite en particular articular
los dos sentidos que siempre se han mezclado en el uso del término
cultura, tal como lo manejan los historiadores. El primero designa las
obras y los gestos que, en una sociedad dada, dependen del juicio
estético o intelectual. El segundo apunta a las prácticas corrientes,
"sin calidades", que tejen la trama de las relaciones cotidianas y
expresan las maneras a través de las cuales una comunidad vive y
reflexiona su relación con el mundo y con el pasado. Pensar
históricamente las formas y las prácticas culturales es pues,
necesariamente, elucidar las relaciones sostenidas por estas dos
realidades.
Las obras no tienen un sentido estable, universal,
fijo. Por el contrario, están investidas de significaciones plurales y
móviles, construidas en la negociación entre una proposición y una
recepción, en el reencuentro entre las dos formas y los motivos que les
dan su estructura, y las competencias y expectativas de los públicos que
se apoderan de ellas. Cierto, los creadores, las autoridades o los
"clercs" (sean estos o no lo sean miembros de la la Iglesia), aspiran
siempre a fijar el sentido y a enunciar la correcta interpretación que
debe presidir la lectura (o la mirada). Pero también siempre, la
recepción inventa, desplaza, distorsiona. Producidas en una esfera
específica, en un campo que tiene sus reglas, sus convenciones, sus
jerarquías, las obras escapan y toman densidad peregrinando, a veces en
la larga duración, a través del mundo social. Descifradas a partir de
esquemas mentales y afectivos que constituyen la cultura propia (en el
sentido antropológico) de las comunidades que las reciben, tales obras
se constituyen también, en retorno, en un recurso para pensar lo
esencial: la construcción del lazo social, la consciencia de sí, la
relación con lo sagrado.
Inversamente, todo gesto creador inscribe en sus
formas y en sus temas una relación con las estructuras fundamentales
que, en un momento y en un lugar dados, modelan la distribución del
poder, la organización de la sociedad, la economía de la personalidad.
Pensando -y pensándose a sí mismo como un demiurgo-, el artista, el
filósofo, el sabio, crea sin embargo dentro de la determinación.
Determinación por relación con las reglas (de patronazgo, de mecenazgo,
de mercado, etc.) que definen su condición. Determinaciones más
fundamentales aun por relación con las normas y presiones ignoradas que
habitan cada obra y que hacen que ella sea concebible, transmisible,
comprensible. Eso que todo trabajo de historia cultural debe pensar es
pues, indisociablemente, la diferencia por la cual todas las sociedades,
bajo formas variables, han separado de lo cotidiano un dominio
particular de la actividad humana, y las dependencias que inscriben de
múltiples maneras la invención estética e intelectual en sus condiciones
de posibilidad.
Luchas de representación y violencias simbólicas
Hay un desafío más que el trabajo histórico
inspirado en las ciencias sociales no puede eludir. Se trata de la
necesidad de sobrepasar el enfrentamiento estéril entre, de un lado, el
estudio de las posiciones y de las relaciones, y, de otro lado, el
análisis de las acciones y de las interacciones. Superar esta oposición
estéril entre una "física social" y una "fenomenología social" exige la
construcción de nuevos espacios de investigación en los cuales la
definición misma de los problemas obligue a inscribir los pensamientos
claros, las intenciones individuales, las voluntades particulares, en
los sistemas normativos colectivos que, a la vez, los vuelven posibles y
los limitan.
Tal enfoque, del cual el primer rasgo es el de
sacudir las fronteras canónicas entre las disciplinas, recuerda que las
producciones intelectuales y estéticas, las representaciones mentales,
las prácticas sociales, están siempre gobernadas por mecanismos y
relaciones desconocidos por los sujetos mismos. Es a partir de tal
perspectiva que hay que comprender la tarea de relectura histórica de
los clásicos de las ciencias sociales. (Elias, pero también Durkheim,
Mauss, Halbwachs) y la importancia reconquistada, a expensas de las
nociones habituales de la historia de las mentalidades, de un concepto
como el de representación.
Numerosos son los trabajos de historia que han
recientemente manejado la noción de representación. Hay para esto dos
razones. De una parte el retroceso de la violencia que caracteriza a las
sociedades entre la Edad Media y el siglo XVIII, y que se deriva de la
conquista por parte del Estado (al menos tendencialmente) del monopolio
sobre el empleo legítimo de la fuerza, lo que hace que los
enfrentamientos sociales fundados sobre las confrontaciones directas,
brutales, sangrientas, cedan cada vez más el lugar a luchas que tienen
como armas y como centro de disputa los sistemas de representación. De
otra parte, es del crédito acordado (o negado) al sentido que los
propios sistemas de representación proponen de ellos mismos, que depende
la autoridad de un poder o la fortaleza de un grupo. Es así como sobre
el terreno de las representaciones del poder político, con Louis Marin *22, sobre el terreno de la construcción de las identidades sociales o culturales, con Bronislaw Geremek *23 y Carlo Ginzburg *24,
se ha definido una historia de las modalidades del "hacer-creer" y de
las formas de creencia, que es, ante todo, una historia de las
relaciones de fuerza simbólicas, una historia de la aceptación o del
rechazo por parte de los dominados de los principios inculcados, de las
identidades impuestas que apuntaban a asegurar y a perpetuar su
dominación.
Este problema se encuentra, por ejemplo, en el
centro de una Historia de las Mujeres que conceda un lugar prioritario a
los dispositivos de la violencia simbólica., sobre la cual escribe
Pierre Bourdieu, que no alcanza su éxito si no en la medida en que los
que la sufren contribuyen a su eficacia, que ella no surte sus efectos
sino en la medida en que se está "predispuesto" a ella por un
aprendizaje previo que nos hace reconocerla y asumirla como un dato
natural *25.
Por largo tiempo la construcción de la identidad
femenina ha tenido sus raíces en el proceso de interiorización por parte
de las mujeres de normas enunciadas por los discursos masculinos. Un
objeto mayor de una Historia de las Mujeres es, pues, el estudio de los
dispositivos -desplegados sobre registros múltiples- que garantizan (o
deben garantizar) que las mujeres consientan a las representaciones
dominantes de la diferencia entre los sexos: la inferioridad jurídica,
la inculcación escolar de los papeles sexuales, la división de espacios y
tareas, la exclusión de la esfera pública, etc. Lejos de alejarse de lo
real y de limitarse a indicar tan sólo las figuras del imaginario
masculino, las representaciones de la inferioridad femenina,
constantemente repetidas y mostradas, se inscriben en los pensamientos y
en los cuerpos de los unas y de los otros, pero tal incorporación de la
dominación no excluye las posibles distancias y las manipulaciones que,
a través de la apropiación femenina de los modelos y normas masculinos,
transforman esos modelos en instrumento de resistencia y en afirmación
de identidad, aunque tales representaciones fueran forjadas
originalmente para asegurar la dependencia y la sumisión.
De esta manera reconocer los mecanismos, los
límites y sobre todo los usos del consentimiento, resulta una buena
estrategia para corregir en el análisis el privilegio por mucho tiempo
acordado a las "víctimas contestatarias", "activas constructoras de su
destino", por diferencia con las "mujeres pasivas", "estimadas de manera
cómoda y rápida como conformes con su condición", hecho del que no se
hace un problema, olvidando "justamente que la cuestión del
consentimiento resulta central en la comprensión del funcionamiento de
un sistema de poder, sea este social o sexual" *26. Las
fisuras que minan la dominación masculina no adquieren siempre la forma
de espectaculares desgarrones, ni se expresan en toda ocasión por la
irrupción de un discurso de rechazo o rebelión. Esas formas de
resistencia aparecen frecuentemente en el interior del propio
consentimiento y empleando el lenguaje de la dominación, para fortalecer
la insumisión.
Definir la dominación impuesta a las mujeres como
una forma de violencia simbólica ayuda a comprender cómo la relación de
dominación, que es una relación histórica y culturalmente construida, es
presentada como una diferencia de naturaleza, y por lo tanto como algo
irreductible y universal. Lo esencial no es entonces oponer término a
término una definición biológica y una definición histórica de la
oposición entre masculino/femenino, sino más bien identificar los
discursos que enuncian y representan como "natural" (como biológica) la
división social de tales papeles y funciones. La propia lectura
naturalista de la distinción entre lo masculino y lo femenino es, por lo
demás, una lectura históricamente fechada, ligada a la desaparición de
las representaciones médicas de la similitud entre los sexos y a su
reemplazo por el inventario indefinido de sus diferencias biológicas.
Tal como lo constata Bruno Laqueur, a partir de finales del siglo XVIII
al "discurso dominante que veía en los cuerpos de machos y hembras dos
versiones jerárquicamente, verticalmente, ordenadas de un sólo y mismo
sexo", se suceden "una anatomía y una fisiología de la
inconmensurabilidad" *27. Inscrita en las prácticas y
en los hechos, organizando la realidad y lo cotidiano, la diferencia
entre los sexos está siempre construida por los discursos que la fundan y
la legitiman. Pero esos discursos tienen sus raíces en las posiciones y
en los intereses sociales que deben garantizar el sometimiento de las
mujeres y la dominación de los hombres. La Historia de las Mujeres,
formulada en los términos de una historia de la relación entre los
sexos, ilustra bien el desafío mayor lanzado hoy en día a los
historiadores: ligar la construcción discursiva de lo social y la
construcción social de los discursos.
Ficciones y falsificaciones *28
Existe, en fin, un último desafío, que no es, desde
luego, el menor. De la constatación, perfectamente bien fundada, según
la cual toda historia, no importan cuál sea ella, es siempre un relato
organizado a partir de figuras y de fórmulas que son aquellas mismas que
movilizan las narracions de ficción, algunos autores han concluido en
la anulación de toda distinción entre ficción y disciplina histórica,
puesto que esta última no sería más que "fiction-making operation",
según la expresión de Hayden White. El saber histórico no aporta un
conocimiento sobre lo real más allá de lo que simplemente lo hace una
novela, siendo por lo tanto puramente ilusorio querer clasificar y
jerarquizar las obras de historia en función de criterios
epistemológicos que indicarían su mayor o menor pertinencia para dar
cuenta de esa realidad pasada de la que la historia hace su objeto:
"There has been a reluctance to considerer historical narratives as what
they most manifestly are: verbal fictions, the contents of which are as
much invented as found and the forms of which have more in common with
their counterparts in literature than they have with those in the
sciences" *29. Los únicos criterios que permiten una
diferenciación de los discursos históricos, según esta perspectiva, le
vienen de sus propiedades formales: "A semiological approach to the
study of the texts permits us [...] to shift hermeneutic interest from
the content of the texts being investigated to their formal properties" *30.
En contra de un enfoque de esta naguraleza, o de un
tal "shift", es necesario recordar que el objetivo de conocimiento es
constitutivo de la propia intencionalidad histórica. Tal objetivo funda
las operaciones específicas de la disciplina: la construcción y
tratamiento de los datos, producción de hipótesis, crítica y
verificación de resultados, validación de las relaciones de adecuación
entre el discurso de saber y su objeto.
Es obvio que, aunque el historiador escriba dentro
de una forma "literaria", no hace literatura, y esto por un doble orden
de motivos. En primer lugar por su dependencia por relación con un
archivo, es decir por relación con el pasado que ha dejado su huella en
el archivo. Como escribe Pierre Vidal-Naquet: "El historiador escribe, y
esta escritura no es ni neutra ni trasparante. Ella se modela sobre la
base de formas literarias, incluso sobre las figuras de la retórica.
[...] ¿Que el historiador, desde este punto de vista, haya perdido su
inocencia, que admita ser él mismo tomado como objeto de interrogación,
que él mismo se tome como tal objeto, quién puede lamentarlo? Pero queda
de todas maneras el hecho de que si el discurso histórico no se
apegara, a través de tantas intermediaciones como uno quiera, a aquello
que llamamos, a falta de mejor palabra, lo real, permaneceríamos en el
discurso, pero este discurso dejaría de ser histórico (en el sentido de
perteneciente a la disciplina histórica)" *31.
Dependencia, a continuación, por relación con los criterios de
cientificidad y las operaciones técnicas que son distintivas del
"oficio". Reconocer tales variaciones (la historia de Braudel no es la
misma que la de Michelet) no implica concluir que esas normas y
criterios no existen, y que las únicas exigencias que conoce la
escritura de obras de historia son aquellas que gobiernan la escritura
de ficción.
Comprometidos a definir el régimen de cientificidad
propia de su disciplina, única condición que permite mantener la
ambición de enunciar "eso que ha sido", los historiadores han escogido
varios caminos. Algunos de ellos se han aplicado al estudio de aquello
que ha vuelto y vuelve posible aun la producción y la aceptación de lo
"falso" en historia. Como lo han mostrado Anthony Grafton *32 y Julio Caro Baroja *33,
las relaciones son estrechas entre las falsificaciones y la filología,
entre las reglas a las cuales deben someterse los "falsarios" y los
progresos de la crítica documental. Por eso el trabajo de los
historiadores sobre lo falso -que se cruza con aquel que adelantan los
historiadores de la ciencia en su propio dominio-, es una manera
paradojal, irónica, de reafirmar la capacidad de la historia para
establecer un saber verdadero. Gracias a sus técnicas propias, la
disciplina es apta para reconocer "los falsos" ("les faux") como tales, y
por tanto para denunciar a los falsificadores. Es volviendo sobre sus
desviaciones y perversiones que la disciplina histórica demuestra que el
conocimiento que ella produce se inscribe en el orden del saber
controlable y verificable, demostrando al tiempo que se encuentra armada
para resistir a eso que Carlo Ginzburg ha llamado "la máquina de guerra
del escepticismo", que niega al saber histórico cualquier posibilidad
de separar lo falso de lo verdadero *34.
Ello no quiere decir, sin embargo, que aun sea
posible pensar el saber histórico que intenta instalarse en el orden de
lo verdadero, dentro de las categorías del "paradigma galileano",
matemático y deductivo. El camino es pues forzosamente estrecho y
difícil para quien quiere rechazar la reducción del trabajo en historia a
una actividad literaria de simple curiosidad, libre y aleatoria, y
oponerse al mismo tiempo a la definición de su cientificidad a partir de
un modelo de conocimiento que corresponde al mundo físico. En un texto
al cual siempre es necesario regresar, Michel de Certeau había formulado
esta tensión fundamental de la disciplina. La historia es una práctica
"científica", productora de conocimientos, pero es también una práctica
cuyas modalidades dependen de las variaciones de sus procedimientos
técnicos, de normas y presiones que le son impuestas por su lugar social
y por la institución del saber en donde se ejerce, y también por reglas
que organizan su escritura. Todo lo cual puede enunciarse de manera
inversa: la historia es un discurso que pone en acción construcciones,
composiciones, figuras que son las mismas de toda escritura narrativa y
también de la fábula. Pero es también una práctica que al mismo tiempo
produce un cuerpo de enunciados "científicos", si uno entiende por ello
"la posibilidad de establecer un conjunto de reglas que permite
´controlar´ operaciones proporcionadas a la producción de objetos
determinados" *35.
Con esas palabras lo que nos invita a pensar Michel
de Certeau es precisamente lo propio de la comprehensión histórica.
¿Bajo cuáles condiciones se pueden tener por coherentes, plausibles,
explicativas las relaciones instituidas entre, por una parte, los
índices, las series, los enunciados que construye la operación
historiográfica, y, de otra parte, la realidad referencial que se piensa
"representar" adecuadamente? La respuesta no es fácil ni cómoda, pero
es seguro en todo caso que el historiador tiene por tarea específica
ofrecer un conocimiento apropiado, controlado, de esta "población de
muertos -personajes, mentalidades, precios-", que constituye su objeto.
Abandonar este propósito de verdad -con toda seguridad desmesurado pero
definitivamente fundador- sería dejar el campo libre a todas las
falsificaciones y a todos los falsarios que, traicionando el
conocimiento, hieren la memoria. Corresponde a los historidores,
cumpliendo con su oficio, permanecer vigilantes.
*1. "Histoire et Sciences Sociales. Un tournant critique?", in Annales E.S.C., pp. 291-293. La cita en pp. 292-293.
*2. David HARLAN, "Intellectual History and
return of Literature", in American Historical Review, junio, 1994, pp.
879-907. La cita en p.881. ("El retorno a la literatura ha sumido a la
historia en una grave crisis epistemológica. Tal retorno ha puesto en
cuestión nuestra creencia en un pasado fijo y determinado, ha
comprometido la propia posibilidad de la representación histórica, y ha
minado nuestra capacidad de situarnos en el tiempo").
*3. Carlo Ginzburg, "Spie. Radici di un paradigma
indiziario", in Miti, emblemi, spie. Morphología e storia. Turín,
Einaudi, 1986, pp. 158-209.
*4. Giovanni LEVI, L´Eredita inmmateriale,
Carriera di un esorcista nel Piemonte del Seicento. Turin, Einaudi,
1985; Jaime CONTRERAS, Sotos contra Riquelmes. Regidores, Inquisidores,
Criptojudios. Madrid, Anaya/Mario Muchnick, 1992.
*5. Giovanni LEVI, "Les usages de la biographie", in Annales. E.S.C., 1989, pp. 1325-1336. La cita en pp. 1333-1334.
*6. Jaime CONTRERAS, Sotos contra Riquelmes, op. cit., p. 30.
*7. Michel de CERTEAU, L´Ecriture de l´histoire. Paris, Gallimard, 1975.
*8. Paul RICOEUR, Temps et récit . Paris, Editions du Seuil, 1983-1985.
*9. Jacques RANCIERE, Les Mots de l´histoire. Essai de poetique du savoir . Paris, Editions du Seuil, 1992, p. 21.
*10. Cf. ARISTÓTELES, Obras. Madrid, Aguilar, 1964, particularmente "Poética", p. 77 y ss., y "Retórica", p. 116 y ss. -N. del T.
*11 Hayden WHITE, Metahistory. The Historical
Imagination in Nineteenth-Century Europe . Baltimore et Londres, The
Johns Hopkins University Press, 1973; Tropics of Discurse. Essays in
Cultural Criticism. Baltimore et Londres, The Johns Hopkins Universituy
Press, 1978, y The Content of the Form. Narrative Discourse and
Historical Imagination. Baltimore et Londres, The Johns Hopkins
University Press, 1987.
*12 Reinhart KOSELLECK, "Mutation de
l´expérience et changement de méthode. Esquisse
historico-anthropologique", in R. KOSELLECK, L´Expérience de l´histoire .
Paris, Gallimard-Le Seuil, 1997, pp. 201-247.
*13 Philippe CARRARD, Poetics of the New
History. French Historical Discourse de Braudel to Chartier . Baltimore
et Londres, The Johns Hopkins University Press, 1992.
*14 John E. TOEWS, "Intellectual History after
Linguistic Turn: The Autonomy of Meaning and the Irreducibility of
Experience", in American Historical Review , 92, octubre, 1987, pp.
879-907. ("el lenguaje es concebido como un sistema autosuficiente de
´signos´cuyas significaciones son determinadas por sus relaciones
recíprocas antes antes que por su relación con un objeto o sujeto
´trascendental´o extralinguístico").
*15 Idem. ("la creación de sentido es
impersonal, operando a ´la espalda´de los utilizadores del lenguaje,
cuyos actos linguísticos solamente ejemplifican las reglas y
procedimientos de lenguajes que habitan a los hombres, pero que ellos no
controlan").
*16 Keith Michel BAKER, Inventing the French
Revolution.: Essays on French Political Culture in the Eighteenth
Century. Cambridge, Cambridge University Press, 1990, pp. 9 y 5. ("las
pretensiones de delimitar el campo discursivo por relación con las
realidades sociales no discursivas que existirían más allá de él,
infaliblemente designan un dominio de acción que está él mismo
discursivamente constituido: se puede distinguir, en efecto, entre
diferentes prácticas discursivas -diferentes juegos de lenguaje- más que
entre los fenómenos discursivos y no discursivos").
*17 Marcel GAUCHET, "Changement de paradigme en sciences sociales?", in Le Débat, 50, 1988, , pp. 165-170. La cita en p. 169.
*18 Gabrielle M. Spiegel, "History, Historicism,
and the Social Logic of Text in the Middle Ages", in Speculum. A
Journal of Medieval Studies, 65, enero, 1990, pp. 59-86. La cita en p.
60.
*19 Pierre BOURDIEU, Choses dites. Paris, Editions de Minuit, 1987, p. 76.
*20 Stephen GREEMBLAT, "Towards a poetics of
Culture", in The New Historicism, bajo la dirección de H.A. VEESER. New
York et Londres, Routledge, 1989, pp. 1-14. La cita en p. 12. ("la obra
de arte es el producto de una negociación entre un creador o una clase
de creadores, y las instituciones y prácticas de la sociedad").
*21 Sobre la obra de Norbert Elias puede verse
Materialen zu Norbert Elias Zivilisationstheorie, bajo la dirección de
P. Gleichmann, J. Goudsblom y H. Horte. Franckfort-sur-le-Main,
Suhrkamp, 2 vols., 1977-1984; Hermann Korte, Uber Norbert Elias.
Francfort-sur-le-Main, Suhrkamp, 1988, Stephen Mennell, Norbert Elias:
Civilization and the Human Self-Image. Oxford, Basil Blackwell, 1989, y
Roger. Chartier, "Formation sociale et économie psychique: la société de
cour dans le proces de civilisation", Préface a Norbert Elias, La
société de Cour. Paris, Flammarion, 1985, pp. i-xxviii, y "Conscience de
soi et lien social", Avant-propos, in Norbert Elias, La société des
individus. Paris, Fayard, 1991, pp. 7-29.
*22 Louis MARIN, Le portrait du Roi. Paris,
Editions de Minuit, 1981, y Des Pouvoirs de l´image. Gloses. Paris,
Editions du Seuil, 1993.
*23 Bronislaw GEREMEK, Inutiles au monde.
Truands et misérables dans l´Europe moderne (1350-1600). Paris,
Gallimard/Julliard, 1980, y La Potence ou la Pieté. L´Europe et les
pauvres du Moyen Age a nos jours. Paris, Gallimard, 1987.
*24 Carlo GINZBURG, I Benandanti. Stregoneria e culti agrari tra Cinquecento e Seicento. Turin, Einaudi, 1966.
*25 Pierre BOURDIEU, La Noblesse d´Etat. Grandes écoles et esprit de corps. Paris, Editions de Minuit, 1989, p. 10.
*26 Arlette FARGE, et Michelle PERROT, "Au-dela du regard des hommes", Le monde de débats, No 2, noviembre 1992, pp. 20-21.
*27 Thomas LAQUEUR, Making Sex: Body and gender
fron the Greeks to Freud. Cambridge, Mass., Harvard, University Press,
1990, pp. 20-21.
*28 Debe observarse que, de manera muy
particular, este parágrafo recoge, sin menciones explícitas, un
importante debate de finales de los años 80s en Francia, provocado por
la aparición de la corriente "revisionista" de la historia del nazismo,
la que sostenía que no había existido genocidio alguno, y que cuando se
hablaba de ello se trataba más bien de un "relato de vencedores", creado
a partir del momento mismo de la victoria aliada y afirmado en los años
posteriores. Uno de los grandes contradictores del grupo histórico
revisionista -que desde luego existe también en Alemania y en menor
medida en Inglaterra-, ha sido el gran helenista y luchador antifascista
Pierre Vidal-Naquet, a quien R. Chartier citará renglones adelante. -N.
del T.
*29 Hayden WHITE, Tropics of Discourse, op.
cit., p. 82. ("Ha habido reticencia a considerar las narraciones
históricas como eso que ellas manifiestamente son: ficciones verbales
cuyos contenidos son tanto inventados como descubiertos, y cuyas formas
tienen más en común con sus equivalentes literarios que científicos").
*30 Idem, The Content of Form, op. cit., pp.
192-193. ("Tal estudio semiológico de los textos nos permite [...]
desplazar el interés hermeneútico del contenido de los textos que son
objeto del análisis, hacia sus propiedades formales").
*31 Pierre VIDAL-NAQUET, Les Assassins de la
mémoire. Un Eichmann de papier et autres études sur le révisionisme.
Paris, Editions La Découverte, 1987, pp. 148-149.
*32 Anthony GRAFTON, Forgers and Critics: Creativity and Duplicity in Western Scholarship. Princeton University Press, 1990.
*33 Julio CARO BAROJA, Las falsificaciones de la historia (en relación con la de España). Barcelona, Seix-Barral, 1992.
*33 Carlo GINZBURG, "Préface" a Lorenzo Valla,
La Donation de Constantin. Paris, Les Belles Lettres, 1993, pp. ix-xxi.
La cita en p. xi.
*34 Michel de CERTEAU, "L´opération historiographique", in L´Ecriture de l´histoire, op. cit., pp. 63-120.
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